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Atajar sin un brazo, pero con el corazón

“Nunca sentí que no podía con algo. Tal vez me lleva más tiempo, pero lo logro”. A los seis meses de vida a Agustina Converset le amputaron el antebrazo. Desde el embarazo de su mamá, supieron que su pequeño bracito tendría un problema. El enredo con una brida amniótica hizo que se genere un corte en la circulación de la extremidad izquierda y eso determine la amputación tiempo después. Hoy, es la arquera del Club Ferro, del lado derecho ataja con la mano, del izquierdo, con el corazón.

Nació el 25 de julio de 2002, lleva 20 años mostrando que no hay límites. Ni obstáculos. Primero el escenario fue familiar y quienes aprendían, los más cercanos. Después, desde la escuela comenzó a abrir el espectro de enseñanzas. “Arranqué con los deportes desde chica, en el colegio. Siempre hice de todo: fútbol, hockey, handball. Mi entorno no me hacía sentir distinta. No sé si es que yo no me daba cuenta o porque no existía esa mirada de prejuicio”, contó Agustina, exalumna del Instituto Monseñor Dillon.

El inicio del amor por el juego de la bocha fue en su escolaridad. Después del horario de clase, entrenaban dos veces más por semana. “Era cada vez más competitivo, se practicaba al nivel de club casi”, aseguró con asombro. “Mis amigas comenzaron a jugar en Arquitectura, yo quería pero no se terminó dando en ese momento. Después, mi hermana, que me lleva sólo 11 meses, comenzó en Ferro”, y como toda hermana mayor marcó el camino. “Ahí empezó la historia, porque les faltaba una arquera”, dijo Agustina con una sonrisa.

Su técnica para jugar era agarrar el palo con la mano derecha más en el medio y usar su codo izquierdo como apoyo. Toda la fuerza estaba hecha con la mano que tiene y por esa razón es que fue desarrollando más esa extremidad, tanto que luego le sirvió para atajar. “Yo quería ser jugadora, pero necesitaban otra cosa (en el club) y probé. Me fue bastante bien y me gustó, así que me quedé”, dijo.

Agustina se convirtió en arquera de un día para el otro a raíz de la necesidad que tenía el plantel. Aparecía un nuevo desafío, pero nunca resultó un problema así que fue a enfrentarlo: “Cuando arranqué no usaba la manopla, no tenía nada de protección en el izquierdo. Al principio como estábamos en la F no había un roce que requiera tanto y no sentía tanto la desventaja de no tener el guante izquierdo. Cruzaba el guante derecho y me sentía bien”, explicó la defensora de los tres postes. Sin embargo, un tiempo después, en 2018, decidió probar suerte e ir a Arquitectura donde estaban sus amigas y se dio cuenta que necesitaba algo más en el equipamiento. En 2019 y a pedido del entrenador que ella considera parte fundacional de esta historia, Gabriel Ruderman, regresó a Ferro. En teoría iba a ir con el DT a la B, pero hubo pruebas en la categoría A y finalmente quedó.

“Creo que eso fue lo más complicado: buscar la adaptación de la manopla. Me incliné por la prótesis para poder simular el brazo y tener la manopla. No sabíamos qué se podía hacer, pero alargar mi brazo no era una opción porque yo no tenía suficiente fuerza. Así que tuvimos que buscar otra alternativa. Hasta que un día, mi mamá encontró un médico que me diseñó una mano cosmética para donde me termina el brazo, sin alargarlo, y esa mano agarraba la manopla”, relató la integrante del equipo de Caballito. Y agregó: “Si hoy me preguntás cuál es mi punto débil, no te voy a decir el brazo izquierdo, tengo otros. Desarrollé mucho el brazo derecho y lo uso, igual que el palo, que lo manejo como si fuese jugadora”.

Conversar con ella es una clase maestra, minimiza cada situación adversa y es capaz de hacerte creer que de verdad no hay tal limitación, obstáculo, discapacidad, diferencia. Pero es muy consciente de cómo llegó a predicar con el ejemplo, y la respuesta es su familia, el entorno. “Mis papás son responsables en que sea así y crea que puedo lograr todo lo que me propongo. Ellos estuvieron detrás de cada escena sin que yo supiera tal vez: hablando en el colegio, en el club, con amigos. El apoyo es fundamental. Si hoy alguien no encuentra esa contención le diría que no se rinda que seguro está en otro lado”, enseñó Agustina que es parte de una Fundación, “Abrazo de gol”, que tiene como objetivo fomentar la inclusión.

“El deporte saca lo mejor de vos. Si tuviese que describir al hockey, diría que es superación para mí”. Y ahora que lo dijo en voz alta, es un mensaje que debe llegarle a todos. Es lo que más quiere.

La mirada de su capitana:

Eugenia López Gaudiero tiene 23 años y es el primer año que lleva la cinta que la identifica como la capitana de la primera A de Ferro. Cuando Agustina pasó de la B a la A, las chicas del plantel conocían la historia pero no por eso dejaron de sorprenderse.

“En el momento en el que Pepa (así se la conoce en el club) arranca, Ferro estaba en pleno crecimiento y no éramos el club que somos ahora en cuanto a magnitud, todos nos conocíamos con todos y sabíamos qué pasaba en cada grupo. Se corría la voz de las cosas que pasaban muy rápido y con Pepa no fue diferente. Al principio no lo podíamos creer porque nunca habíamos visto algo así, era (y es) un ejemplo constante de superación y sobre todo de confianza propia”, explicó Eugenia.

El asombro y el aprendizaje iban en aumento a medida que le veían moverse. Todo generaba admiración, desde cómo se ataba el pelo hasta su forma de girar y hacerse grande en el arco para evitar que una bocha entre al ángulo.

Sobre el final, la capitana reflexionó: “Tenerla en el plantel nos muestra que no hay barreras para nadie sino que depende lo que uno crea y se proponga. Ni hablar de lo bien que se siente saber que estamos en un club y un plantel donde nadie es diferente y todos tienen una oportunidad. Cuando llegó nos costaba un poco entender que no necesitaba ayuda para realizar determinadas cosas y no sabíamos cómo aproximarnos. No queríamos que se sienta diferente ni que perciba indiferencia. Con un poco de tiempo nos enseñó que no hay tal cosa llamada ‘diferencia’ y que tratarla distinto a cualquier otra es un error”.